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El triunfo de Tánatos sobre Eros

El mundo actual está azotado por la imbatible oleada de una multicausal e incontenible ocurrencia de tragedias humanas. Desde una interpretación estrictamente material, no hay duda del por qué y cómo se dan los ataques terroristas en Europa, las manifestaciones xenofóbicas en EU, el despojo, impunidad, corrupción y exterminio criminales en nuestro país, pero al considerar los diversos ángulos de la problemática, ésta se potencializa.


La saña, la irracionalidad, la perversidad con la que la violencia lacera al mundo, no son sino deleznables manifestaciones propias de un estado extremo de profunda patología social global. Así lo ven nuestros ojos: desde las señoriales y otrora festivas ramblas de Barcelona al municipio florido de Cabrils, desde la siberiana ciudad rusa de Surguta la etérea Turku, antigua capital de Finlandia, desde Charlottesville a la República Mexicana entera, sobre las que se extiende una fatídica sombra obscura que siembra dolor, destroza familias enteras, trunca sin distingo la vida de niños, adolescentes, ancianos, mujeres y hombres solo por encontrarse justo en el espacio vital preelegido por los victimarios para convertirse en el instante fatal.


Drama de nuestra realidad cotidiana, que nos hace evocar la dualidad caleidoscópica que permea en todos los ámbitos y fenómenos del Universo. Dualidad que en la Grecia clásica fue concebida por Empédocles de Agrigento como oposición entre amor y destrucción e interpretada por Freud, más de dos mil años después, como la pulsión propia de Eros y Tánatos, solo que hoy priva Tánatos, ayudado por las Keres, en cada hecho de sangre que enluta a la humanidad; pulsión de odio y aniquilamiento, pulsión por excelencia, como la calificó, al advertirnos que “la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano”. Y tenía razón, porque Eros ya no nos integra ni une, por ende no nos respetamos ni autoconservamos porque el necroantagónico avanza, dividiendo y sembrando desolación e impulsando al ser humano hacia su autodestrucción social.


¿Habrá tenido razón Freud al sostener que “el hombre no es solo una criatura tierna y necesitada de amor, que solo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad” y para quien los demás no son solo otros más, sino simples objetos de tentación en los que poder canalizar la agresividad, aprovecharse de su patrimonio, humillar, hacer sufrir y martirizar hasta la muerte? Sería atroz, pero la realidad nos rebasa y afirma, porque de nada nos sirve tener nuevas leyes y sistemas normativos si no se invocan ni aplican, como tampoco nos sirven las bibliotecas integradas por el pensamiento de millones de autores que discurrieron en favor de los derechos humanos y de la paz, si estos no se respetan, al tiempo que son electos por la propia sociedad para comandar al país más poderoso mandatarios promotores de la violencia, el racismo y la intolerancia extremos como Donald Trump. ¿Por qué ocurre esto? Freud lo advertía: cuando los hombres detectan la discrecionalidad e impunidad en la impartición de justicia la violencia explota, y tal vez allí radique, cuando menos, parte de la explicación, pues mientras no exista entre nosotros solidaridad ni tolerancia y permitamos culturalmente toda clase de abusos, atropellos, despojos, violaciones y crímenes, nadie respetará ley alguna, solo la propia, como en la jungla.


Por eso Eros, aliento del amor, impulso del estro creador y del orden cósmico ha sucumbido. Nos ha abandonado, como Calíope, de quien hace meses nos preguntábamos dónde poder hallarla ahora, pero todo indica que ambos están secuestrados en el Averno, en espera de un nuevo y heroico Orfeo, una humanidad orfeica, que luche por devolvérnoslos.


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