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75 años de “Potrero del Llano” y “Faja de Oro” (II)

¿Qué nación realmente hundió a nuestros buque-tanques Potrero del Llano y al Faja de Oro? La historia oficial tiene su respuesta pero los acontecimientos subsecuentes la cuestionan, pues si a una potencia convenía que México participara en la guerra, no era tanto a Alemania cuanto a Estados Unidos (EU), con quien nuestra relación se transformó radicalmente a partir de entonces, fortaleciéndose poderosamente.

México había logrado mantener su política antimperio, fincada sobre una base de corte nacionalista, retardando su ingreso a la conflagración declarándose neutral. Sin embargo, llegó un punto en que no pudo más que participar en la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento, se superaron con EU las demandas derivadas de la expropiación petrolera y cesaron las continuas hostilidades que a lo largo de casi un siglo se habían venido gestando. La política norteamericana del gran garrote y de la diplomacia del dólar dio paso a la del buen vecino. En el ámbito interior, se fortaleció la unidad nacional y se robusteció a las fuerzas militares.

En lo económico, constituyó un motivo que impulsó el ahorro nacional, el desarrollo de procesos concomitantes de la llamada substitución de importaciones -al quedar obligado a elaborar muchas de las que antes importaba-, así como la exportación de recursos naturales fundamentales para la industria bélica, tales como cobre, zinc, grafito, minerales, de nueva cuenta plata, además de cerveza y un buen número de productos agropecuarios. Gracias a ello, tras la drástica caída económica sufrida por la depresión económica de 1929, prácticamente las exportaciones mexicanas se duplicaron.

Sin embargo, un hecho fue también evidente: el destino de éstas se modificó drásticamente. Si para 1939 el 30% de ellas salía rumbo a Europa, un 10% a América y un 60% a EU, para cuando terminó el conflicto el 90% iba hacia los EU, 8% hacia América Latina y solo un 2% a Europa.

Por su parte, el sector agropecuario perdió importancia relativa en el Producto Interno Bruto y se estancó y para cuando terminó la guerra el mercado de la minería y el petróleo se contrajeron y la industria petrolera padeció enorme escasez de maquinaria y equipo y sobrevino el desplome de las exportaciones de manufactura, todo lo cual impactó severamente en la política salarial y poder adquisitivo.

En suma, la bonanza económica que vivió México derivada de la guerra, como nunca antes en su historia, así como el estrechamiento de relaciones económicas y políticas con los países latinoamericanos, fue efímera. En cambio, lo que se fincó fueron los cimientos más poderosos para establecer la dependencia económica que sometería desde entonces y hasta nuestros días a México con EU, quienes al consolidarse como la primera potencia capitalista del mundo en ese entonces, obtuvieron con ello el principal legado del conflicto bélico. La historia de los hundimientos navieros no era nueva para EU.

Ellos mismos entraron así a la Primera Guerra Mundial cuando “submarinos nazis” hundieron en mayo de 1915 al Lusitania y desde entonces se cuestiona quién lo hizo. Por todo ello, la pregunta queda allí: ¿a qué potencia podría haberle interesado más que México ingresara a la Segunda Guerra Mundial? La respuesta es obvia.

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